Se reconoce que los bienes públicos acarrean beneficios que no pueden ser circunscritos fácilmente a un único "comprador" (o conjunto de "compradores"). No obstante, una vez que se les aporta, son numerosos quienes pueden disfrutar de tales bienes gratuitamente. Un ejemplo son los nombres de las calles; otro, el medio ambiente no contaminado. Si bien se comprende que los bienes públicos entrañan efectos externos de gran magnitud (y beneficios difusos), una definición más estricta depende de un juicio acerca de la manera en que se consume el bien: si no puede impedirse a nadie que consuma el bien, éste es, entonces, no excluible. Si puede ser consumido por muchos sin agotarse, entonces el bien no tiene rivalidad en el consumo. Los bienes públicos puros, que son raros, tienen ambos atributos, mientras que los bienes públicos impuros los poseen en menor grado, o poseen una combinación de uno y otro. (
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